Historia de Melinka Puchuncaví

Construcción Cabaña Balneario PopularLos Balnearios Populares se construyeron durante el gobierno del Presidente Salvador Allende. Su construcción fue concebida mediante un ingenioso sistema de paneles prefabricados de madera y se instalaron en las mejores playas de nuestro país, desde Arica hasta Duao.

Su diseño, construcción y montaje estuvo a cargo de la Dirección de Equipamiento Comunitario (DEC) del Ministerio de la Vivienda (MINVU), cumpliendo con el compromiso contraído por la Unidad Popular de hacer realidad el derecho de los trabajadores al esparcimiento y la cultura.
Cada balneario tenía capacidad para unas 500 personas, en cabañas diseñadas para alojar familias de hasta ocho personas. Fueron entregadas en su administración al Servicio Nacional de Turismo, que operó en coordinación con la Central Única de Trabajadores, a fin de seleccionar a los trabajadores beneficiados. Los balnearios alcanzaron a operar durante los meses de verano, en turnos que rotaban cada quince días, permitiendo que miles de familias de trabajadores chilenos pudieran disfrutar por primera vez en su vida de vacaciones de verano.

Cabaña Balneario Popular

Con el auxilio de la Consejería de Desarrollo Social, se prepararon equipos de monitores para animar actividades deportivas, artísticas y culturales dirigidas a los niños, mujeres o personas adultas. Cada noche una fogata encendida al centro del campo congregaba a todos los presentes en torno a alegres y prolongadas festividades.
Esta maravillosa realización fue abortada inmediatamente después del golpe militar. Los balnearios fueron cuoteados entre las diferentes ramas de las fuerzas armadas y más tarde, algunos como los de Puchuncaví y Ritoque se habilitaron para su funcionamiento como campos de concentración. Estos últimos fueron desmantelados a fines de los años ochenta, a fin de borrar todo testimonio del triste destino que les confirió la dictadura.

Los balnearios de Pichicuy y Pichidangui, continúan en poder del ejército, y su acceso está vedado por tratarse de recintos militares. El último balneario popular existente en el país ubicado en las Rocas de Santo Domingo fue desmantelado el año 2018.

Campo de Concentración

A fines de 1973, la dictadura militar transformo el campo de veraneo de Puchuncavi en Campo de Concentración. Allí llegaron los últimos prisioneros de Isla Dawson, Isla Riesco, Quiriquina, Chacabuco y Pisagua.  El recinto quedó en manos de la Armada de Chile y era la Infantería de Marina quien estaba a cargo del campo. En este lugar, los prisioneros políticos se encontraban detenidos por Ley de Estado de Sitio.  No se trataba de ciudadanos condenados por delito alguno – nunca fueron presentados a Tribunales- sino de chilenos retenidos a discreción del Poder Ejecutivo – en esa época  encabezado por Augusto Pinochet Ugarte- , sin un plazo de detención por no haber existido proceso judicial ni condena.


“El lugar donde se encuentran los prisioneros”, se lee en el Informe de la OEA de 1974, “era un “balneario popular”, construidos a dos kilómetros de distancia del pueblo de Puchuncaví.  El recinto, instalado sobre una pequeña colina y a la vera del camino que conectaba Quintero con las localidades de Maitencillo, estaba rodeado de una doble valla de madera con alambrada de púa y torres de vigilancia (tres torres, con guardias armados con ametralladoras) desde las cuales se podía observar el conjunto del Campo de Concentración y las zonas de caminata.  En el interior del recinto se encontraban 6 barracas cada una con 10 cabañas, una de ellas aislada del resto para ser usada como celdas de castigo.  Las cabañas eran reconocidas por el color de sus puertas: Celeste, Rosada, Verde, Naranja, Amarilla.  Además, el campo de concentración contaba con una zona de letrinas –normalmente, con escasa agua- en que se realizaban las necesidades, el lavado de ropa y el baño semanal en duchas de agua helada.  Cada una de las cabañas tenía un número, contaba con tres camarotes o literas, una mesa hechiza y bancas, además de una pequeña área de trabajo. Lo normal es que este espacio fuese compartido por seis o más prisioneros.  La cocinería era compartida con el personal de guardia, con un comedor amplio y un área de trabajo –telares- que se transformaba en área de recepción de las visitas durante los fines de semana. Los techos y las paredes de estas construcciones, así como las del comedor común, eran de delgadas tablas de madera, sin aislación térmica.  Existía, además, una pequeña enfermería, cuerpos de guardia, alojamientos para la tropa, etc., con iguales características de construcción.

Los prisioneros debían mantener el aseo de modo prolijo, dentro y fuera de las celdas. La Escuadra de Aseo era complementada por las Escuadras de Rancho, compuestas cada una por 5 a 7 prisioneros. Dentro del recinto quedaban espacios libres, suficientes como para que los prisioneros pudieran realizar ejercicios físicos: la cancha de básquetbol y la cancha de fútbol – ésta última situada en un terreno contiguo al Campo de concentración.  Existía también una explanada en la cima de la colina que servía de área de caminatas, frente a las cabañas Verde y Rosada.  Desde esa cima se contemplaban el horizonte y las chimeneas siempre humeantes de la Refinería de Ventana. .

La vida cotidiana en Melinka Puchuncaví

La vida cotidiana en los campos de concentración estaba marcada por dos tiempos.  Uno, de naturaleza oficial, que establecían los militares a cargo del recinto y otro que se imponían los prisioneros.  El primero comenzaba a las 7.00 de la mañana con los sonidos de silbatos que convocaban a la ‘cuenta’, la apertura de las cabañas o celdas y el desplazamiento silencioso de cientos de prisioneros hacia el patio mayor donde los jefes de cada compañía –rol desempeñado usualmente por un prisionero- daba relación de los prisioneros a un sub-oficial quien, minuciosamente, contaba los detenidos por compañía.  Una vez concluido este usualmente aburrido ejercicio, hacía su entrada al patio el comandante del campo seguido de sus oficiales, quien saludaba con un rutinario ‘Buenos Días Personal’, que debía ser respondido por los prisioneros.  Luego se pasaba revista a los prisioneros en enfermería, se asignaban las labores a las Escuadras de Servicio -aseo y ‘rancho’ (cargo en la cocina del campo que incluía la preparación de la comida, el servicio y el aseo de utensilios y del recinto)- y se daba información sobre algún cambio en la rutina.  A la voz de descanso, se deshacía la formación para dirigirse a los comedores a tomar el desayuno.

En algunos periodos sucedía que una compañía, diariamente, era asignada a la tarea del izamiento de la bandera en una pequeña plaza cercana a la cabaña de la Comandancia, y en otros momentos sucedía que la totalidad de los prisioneros debía juntarse en la plaza y marchar hasta el mástil entonando en coro canciones militares.

El deporte como pasatiempo

Las actividades deportivas constituían un buen pasatiempo para los prisioneros.  Fútbol, básquetbol, además del ping-pong, constituían las actividades más populares.
Con el propósito de celebrar efemérides o de dar un nuevo aliento a las prácticas de sociabilidad, se organizaron frecuentes campeonatos y olimpíadas en las cuales, competían sujetos que en la vida civil se habían destacado por sus habilidades. Los equipos se formaban por amistad, por escuadras o por pabellones. En algunas oportunidades los equipos se conformaban por obreros y campesinos, para jugar contra intelectuales, o por vínculos partidarios, para revivir en la competencia las rivalidades que separaban a los diferentes conglomerados políticos.

A veces los juegos eran batallas rituales pero más que nada fueron una forma elemental de pasar el tiempo. También, en un espacio dominado por la política, fueron una metáfora de lo que ocurría a otro nivel de la realidad.

Aro y Cabaña Cancha de Basquetbol
Aro y Cancha de Básquetbol

Una visión habitual, justo bajo las narices de los guardias que desde las torres custodiaban a los prisioneros, era ver a un grupo de prisioneros realizando ejercicios de pesas caseras y gimnasia que, de modo evidente, dejaban ver que algunos prisioneros se preparaban físicamente para seguir, algún día, combatiendo contra la Dictadura. Menos habitual fue ver a los detenidos jugar deportes como el tenis.  La cancha de tenis fue construida por los propios prisioneros en el lomo de la pequeña colina del campo frente a las cabañas Rosadas.

En Melinka se desarrollaron diversas actividades, en las que destacaron las obras de teatro producidas por Oscar Castro, conocido localmente como Casimiro Peñafleta. También se destacó como actor de teatro Hernán Jesús Ormeño el conocido como ñaca-ñaca, quien echó las bases de la compañía teatro nacional chileno realizando el montaje de diversos sketches que representaban la dura vida del campo de concentración.  Otros directores-actores que desarrollaron este tipo de actividad fueron Carlos Genovese, el ‘Chino’ Hernán Plaza y Reynaldo Meza, además de un incontable número de prisioneros que se atrevieron a enfrentar a un público que no se perdía ninguna función.

Una forma cotidiana de resistir

Caricaturas de los personajes más típicos del campo, concursos de poesía y literatura, además de la reproducción de cartas remitidas por ex presos que habían partido al exilio, constituían la materia prima de diversos diarios.  Sometidos a la censura de los militares, la cual no siempre captaba las sutilezas lingüísticas de los escritores, la lectura del Diario Mural constituía también una forma de resistencia porque su mera publicación constituía una burla a la autoridad.  El Diario Mural fue una forma cotidiana de resistir.  Como señaló Mario Benavente en una conferencia en la Universidad de Concepción, la actividad cultural fue una “expresión de la dignidad con que se afrontó la represión en ellos.»

El espacio privado de los prisioneros era restringido pero existía.  A veces, se reducía al pequeño rincón del camastro o camarote, que era adornado con fotografías de los seres queridos, de algún paisaje soñado y las tarjetas postales que antiguos presos remitían desde el exilio.  Tampoco faltaban las fotografías de modelos –‘novias’ o ‘pololas’, como las denominaban los presos, que lucían sus cuerpos hermosos y al mismo tiempo servían para tapizar las hendiduras y hoyos de las murallas.  Una pequeña colección de cartas, escritos políticos, libros, textos de estudios, revistas y periódicos viejos completaban ese pequeño arsenal de alimento para el alma. 

Un elemento importante en esta precaria utilería fueron los platos, jarros de lata, cucharas, con que los presos ingerían sus comidas y el infaltable tarro para la orina.  Más crucial aún fueron los anafes clandestinos en que se hervía el agua para el té de la noche, cuando caía el toque de queda o encierro. Los había de dos tipos: un ladrillo común con la perforación correspondiente que dibujaba el circuito de un micrón y el piticlin, un dispositivo hechizo que consistía en un par de clavos unidos por un trozo de madera que operaba como un hervidor directo de agua.  En algunas celdas los prisioneros mantenían radios, las que fueron inutilizadas para la captación de onda corta por disposición de las autoridades, que servían para escuchar las noticias y la música regional.  Mucho más escasos fueron los televisores que eran prácticamente rifados cada día para el beneficio de una celda.  De hecho, fue en torno a estos aparatos que surgieron las primeras prácticas de ‘trading’ o ‘mercadeo’ que se conoció en los campos y que consistía en la negociación dirigida a obtener acceso a ellos. La mala señal y el débil voltaje de los sistemas eléctricos internos causaban, sin embargo, verdaderos estragos.  En Ritoque y Melinka los detenidos plantaron pequeños jardines en la parte exterior de las cabañas en que vivían y construyeron pequeños terraplenes y pasillos empedrados para evitar entrar con barro a las celdas.  Estos, como lo muestra la fotografía, fue el único rastro que queda de esos recintos.

Huelga de Hambre

Desde 31 julio al 8 de agosto de 1975 se llevo a cabo la primera huelga de hambre en prisión realizada en el país. Alrededor de cien prisioneros políticos participaron en esta. Su objetivo fue denunciar al mundo el asesinato de camaradas que habían sido vistos con vida en recintos de muerte y tortura como la nefasta Villa Grimaldi y que no obstante, aparecían en diarios apócrifos extranjeros como “ajusticiados” por sus propios camaradas como “traidores”. Esta fue la tristemente llamada Operación Colombo, también conocida como el caso de los 119. Claramente, una operación montada por la DINA para encubrir la muerte y posterior desaparición de ciudadanos chilenos.

La guardia de turno del campo de Puchuncaví, llamó a todos los presos a formarse para amenazarlos con una fuerte represión si persistían en sus propósitos, sin embargo,  los prisioneros hicieron caso omiso y continuaron con la huelga. Éstos fueron aislados del resto de los prisioneros en el pabellón celeste. La huelga de hambre terminó, cuando el Cardenal Raúl Silva Henríquez prometió reunirse con el gobierno, para aclarar el asunto de la denominada Operación Colombo o el caso de los 119. Los presos que participaron en la huelga, fueron separados más tarde y enviados a diferentes campos de concentración.


Nacimiento de la pequeña Melinka

En el campo de Melinka se distinguieron los doctores Renato Alvarado Vidal, Francisco Vielma Berteloth y Patricio Rojas quienes prestaron servicios profesionales a diversos detenidos durante su estadía. Los primeros mencionados se vinculan a una de las historias más dramáticas en aquel campo. 

El hecho ocurrió a principios de 1975. Casi al amanecer, en la vigilia, fuimos sorprendidos.  La noticia corrió por todo el campo.  Había nacido una niña en Melinka.  

En nuestra prisión había nacido la vida. El nacimiento de la primera habitante de la República Libre de Melinka fue un acontecimiento que marcó la vida de los prisioneros.

En la historia de los prisioneros del Campo de Concentración de Puchuncaví, el nacimiento de la pequeña Melinka fue quizás el más significativo de todos y estuvo cargado de simbolismo para los detenidos. Representó la anti tesis de todo los que fue infligido a los prisioneros, la auténtica negación del dolor que caminó con esos hombres por tanto tiempo sobre el suelo pisoteado de la colina.